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Rachid Ammar, il generale che ha detto no al despota che voleva sparare sulla folla

Senza il rifiuto del conandante dell’esercito tunisino a sparare sulla folla cosa sarebbe accaduto in Tunisia? Il ruolo del generale Rachid Ammar. Si dimise dicendo a Ben Alì: “Lei è finito”. Due giorni dopo il despota è fuggito. Con lui è fuggita pure la moglie che ha ritirato dalla banca 1,5 tonnellate di lingotti d’oro. Decisivi i militari, che si sono pèoi scontrati con gli agenti fedelissimi del despota. L’articolo del Pais del 17.1.2011:

ELPAIS.com Internacional

Revolución democrática en el Magreb

“Estás acabado”, dijo el jefe del Ejército a Ben Ali

El general Ammar dimitió y volvió a ocupar el mando al huir el presidente

IGNACIO CEMBRERO – Madrid – 17/01/2011

La revolución tunecina fue popular y espontánea, pero sin la complicidad de las Fuerzas Armadas no hubiese tenido éxito. “El Ejército dejó caer a Ben Ali”, asegura el ex jefe del Estado Mayor de los Ejércitos de Francia, almirante Jacques Lanxade, de 76 años, en una conversación telefónica con este corresponsal.

A los militares no se les vincula con la corrupción ni con la represión

La prioridad de los soldados es acabar con la violencia que fomenta la policía

“El jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, el general Rachid Ammar, dimitió tras rehusar ordenar a sus hombres que disparasen contra los manifestantes tunecinos”, prosigue Lanxade que fue también embajador de Francia en Túnez hasta 1999.

Antes de dejar el cargo, el general Ammar le dijo, el 12 de enero, al presidente Zine el Abidine Ben Ali: “¡Estás acabado!”. Dos días después el jefe del Estado huyó del país y Ammar recuperó su puesto.

Moncef Marzuki, un médico tunecino exiliado en París, sostiene, en cambio, que fue Ben Ali quien destituyó al general cuando este se negó a obedecerle. “Le reemplazó por un general más obediente”, pero este tampoco acató las instrucciones presidenciales.

En círculos diplomáticos de Túnez se susurra que pocos días antes de que cayese Ben Ali, la cúpula castrense mantuvo contactos con la Embajada norteamericana -los militares tunecinos se forman en EE UU y en Francia- que les instó a no intervenir en la represión. Antes, el 6 de enero, el embajador de Túnez en Washington, Mohamed Salah Tekaya, fue convocado por el Departamento de Estado, que le abroncó. El pasado viernes el presidente Barack Obama “aplaudió” al pueblo tunecino.

“No sé si el rumor tiene consistencia, pero constato que hay una convergencia de intereses entre la Casa Blanca y los jefes militares”, afirma Khadija Mohsen-Finan, investigadora tunecina de la Universidad de París VIII.

“El Ejército tunecino ha sido siempre mantenido al margen de la política, no estaba asociado a la dirección del país y se dedicaba, sobre todo, a la vigilancia de las fronteras”, recuerda el almirante Lanxade. Nunca se le vinculó con la corrupción ni las intrigas de palacio que caracterizaron la vida política bajo Ben Ali.

Pero he aquí que desde que, a principios de mes, los soldados se desplegaron en las ciudades para proteger los edificios públicos, las Fuerzas Armadas se han convertido en protagonistas.

Primero rehusaron reprimir a los manifestantes y hasta en alguna ocasión les protegieron de los embates de la policía y de la Guardia Nacional (Gendarmería). “Ahora desempeña un papel estabilizador y moderador”, subraya Lanxade.

Su prioridad inmediata es acabar con los brotes de violencia fomentados por los miembros del aparato de seguridad de la dictadura, empezando por la guardia presidencial. “Cuando creen que corren peligro, los tunecinos llaman ahora al Ejército, que acude a defenderles, y no a la policía”, sostiene el almirante Lanxade.

“No es una tarea fácil porque el número de policías y gendarmes cuadriplica al de los soldados”, señala el catedrático francés Pierre Vermeren, autor de varios libros sobre el norte de África. Las Fuerzas Armadas cuentan con 35.000 hombres de los que 27.000 integran el raquítico Ejército de Tierra.

Aunque fuera apolítico, “el Ejército no quería a Ben Ali”, recuerda el profesor Vermeren. En 2002, el jefe del Estado Mayor, el general Abdelaziz Skik, y otros once oficiales fallecieron en un accidente de helicóptero en Mejez el Bab “del que siempre se sospechó que podía haber sido provocado” por Ben Ali, que temía un golpe de Estado, prosigue Vermeren. Para sustituir a Skik, el presidente designó a Ammar.

Además de luchar contra los irreductibles del aparato policial, Vermeren vaticina que el pequeño Ejército tunecino puede tener que hacer frente a “intentos de desestabilización de Libia”. En enero de 1980, un grupo de tunecinos entrenado en Libia intentó tomar la ciudad meridional de Gafsa. Ahora el líder libio, Muammar el Gadafi, ha mostrado públicamente su disgusto con el derrocamiento de Ben Ali.

¿Existe un riesgo de que un Ejército convertido en actor principal le coja gusto al poder? “No está en nuestras tradiciones”, responde Khadija Mohsen-Finan. “Su papel es, por ahora, el de acompañar esta incipiente transición”, añade. “Pero no conocemos a los militares”, recalca. “No sabemos lo que puede pasar”.

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